EL MALESTAR EN LA CULTURA
El sentimiento oceánico como fundamento de la Religión:
En su texto “El malestar en la cultura” Freud hace una primera referencia a la religión, nombrándola como una ilusión. Pero luego, tras la opinión de un amigo el cual considera a la religión como un sentimiento particular que no suele abandonarlo, y que nombra como “sensación de eternidad” o como “sentimiento oceánico”, toma está definición y es en ella donde nos detendremos.
Este sentimiento oceánico es subjetivo, ya que es la fuente de energía religiosa que los sistemas religiosos captan, orientan y agotan. Solo sobre la base de este sentimiento puede uno llamarse religioso. Actúa como una atadura indisoluble, una co-pertenecia con el todo del mundo exterior. Freud le atribuye a esta sensación de eternidad una visión intelectual, y más aún; le parece tan extraña la idea de que el ser humano reciba una noción de su nexo con el mundo que lo rodea mediante un sentimiento inmediato que opta por explicarlo psicológicamente. En este punto, Freud dice que la única certeza que tenemos es nuestro yo propio. Se lo ha considerado como autónomo, como liberado de todo lo otro, mas bien dice Freud, el yo se continúa hacia adentro en un ser que designamos “ello” y al que sirve como fachada.
Para explicar mejor esto nos dirigimos al lactante, el cual no separa su yo de un mundo exterior como fuente de sus sensaciones. En el lactante se contrapone por vez primera al yo un objeto como algo que se encuentra afuera y solo mediante cierta acción es esforzado a aparecer, es decir, el pecho materno. Mas tarde las sensaciones de dolor y displacer son las que separan al yo de la masa de sensaciones y las que permiten reconocer un mundo exterior.
Nace así la tendencia de eliminar del yo todo lo que causa displacer y a formar un yo-placer al que se contrapone un ahí-afuera. En este punto, dice Freud “originariamente el yo lo contiene todo, mas tarde segrega de sí un mundo exterior”.
Freud hace dos comparaciones, una con la ciudad de Roma y otra con el cuerpo humano, para demostrar que las fases anteriores al desarrollo no se han conservado en ningún sentido. La conclusión de estas comparaciones es que la conservación de todos los estadíos anteriores junto a la forma última solo es posible en lo anímico. Estamos entonces en condiciones de admitir que en muchos seres humanos existe un sentimiento oceánico que es atribuido a una fase temprana del sentimiento yoico. Cabe preguntarse qué titulo tiene este sentimiento para ser considerado como la fuente de las necesidades religiosas. En cuanto a esto Freud responde que este sentimiento es considerado fuente de las necesidades religiosas ya que constituye la expresión de una intensa necesidad. Y en cuanto a las necesidades religiosas podemos afirmar que derivan del abandono infantil y la añoranza del padre que aquel despierta.
Podemos concluir de esta manera que este “sentimiento oceánico”, este ser Uno con Todo se nos presenta como un consuelo religioso del peligro que el yo distingue amenazándolo desde el mundo exterior.
La búsqueda de la felicidad:
La vida humana, tal como nos es impuesta, nos trae alegrías y fortunas, así como dolores y tareas insolubles; y para soportarla, no podemos prescindir de una suerte de “calmantes” por llamarlos de alguna manera. Los hay de tres clases: poderosas distracciones, satisfacciones sustitutivas y sustancias embriagadoras.
El primer tipo refiere a la acción de dispersarse mediante diversas distracciones cotidianas; desde el cultivo de un jardín o el salir de compras, hasta profundizaciones en la actividad científica. Luego, en el lugar de las satisfacciones sustitutivas se enmarcan las que ofrecen disciplinas como el arte; son ilusiones respecto de la realidad. Y por último, las sustancias embriagadoras son las que influyen en nuestro organismo (método más efectivo, pero posee caracteres peligrosos y dañinos).
En consecuencia de todos estos obstáculos que la vida nos presenta, aparece en el hombre la gran pregunta sobre el fin de la vida: ¿Qué es lo que los humanos dejan discernir como fin o propósito de su vida? ¿Qué es lo que exigen de ella, lo que en ella quieren alcanzar? No es difícil acertar con la respuesta: todos los hombres buscan la dicha, la felicidad; tanto alcanzarla como mantenerla en pie (convirtiéndose esto en el móvil que impulsa a actuar al hombre).
Esta aspiración tiene una doble dirección: por un lado quieren la ausencia de dolor y el displacer; y por el otro, vivenciar al máximo intensos sentimientos de placer, siendo la “dicha”, en su aspecto literal, lo que define lo segundo; mientras que “felicidad” alude a la satisfacción repentina de necesidades retenidas solamente posible como un fenómeno episódico.
En muchas oportunidades, al hombre se le presenta difícil el logro del objetivo dichoso (la máxima sensación placentera durante el máximo de tiempo), pero encuentra mucho menos difícil la experimentación de la desdicha. Así, el sufrimiento puede atacar al ser humano desde tres puntos de amenaza: desde el cuerpo propio, el cual no puede prescindir del dolor y la angustia; desde el mundo exterior, que puede embestir sus grandes furias sobre nosotros con gran facilidad; y desde los vínculos con otros, siendo esta, tal vez, la fuente más dolorosa y punzante.
Entonces, dada esta enorme facilidad que tiene el hombre para experimentar el sufrimiento, su búsqueda se encaminará a evitar el dolor más que a conseguir la dicha. Para ello, el individuo podrá adoptar distintas técnicas: una es la de controlar los instintos humanos, impidiendo que, al no lograr con las metas que estos conllevan, se presente el sufrimiento o la desilusión; otra, es efectuar un desplazamiento de la libido, es decir, la sustitución de fines acarreados por los instintos, por diversas actividades( por ejemplo de tipo intelectual); también la imaginación o la fantasía pueden entrar en juego para hacer desaparecer el dolor, aunque sea por unos momentos.
Por último, en varias ocasiones, el fundamento de vida se basa en torno al amor y a la grata sensación que produce la satisfacción del instinto o el deseo sexual; pero tal práctica se orienta a la búsqueda positiva del placer más que a evitar la desgracia o el sufrimiento, presentándose su mayor inconveniente en el momento en que no se es capaz de alcanzar el objeto de nuestro amor, o cuando este se pierde.
La cultura:
El término cultura designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines:
A- proteger al hombre contra la naturaleza
B- regular las relaciones de los hombres entre sí.
Esta es la primera aproximación de Freud de la cultura.
En tiempos antiguos los dioses han encarnado siempre el ideal de la cultura, aquello que el hombre anhelaba pero que le estaba vedado. Este ideal ha sido casi alcanzado por la civilización actual y podemos decir que el hombre, gracias a los avances científicos, se parece mucho mas a sus dioses, aunque por el contrario, no goza de la felicidad que cabria esperarse.
Al principio reconocemos como culturales todas las actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen la tierra a su servicio, lo protegen contra las fuerzas de la naturaleza, etc.
Si retrocedemos en el tiempo encontramos que la domesticación del fuego sobresale como un logro extraordinario, sin precedentes. Mas adelante encontramos que los motores ponen a su disposición fuerzas enormes, el barco y el avión hacen que ni el agua ni el aire constituyan un obstáculo para su marcha. Luego, con el microscopio vence los límites de lo visible que imponía la estructura de su retina. Si nos venimos mas hacia la actualidad, que con la ayuda del teléfono celular la escucha vence las distancias, y así podríamos seguir con los ejemplos.
Por otro lado, la cultura nos permite apreciar lo inútil, notamos que lo inútil cuya estima esperamos por la cultura es la belleza; exigimos que el hombre culto venere la bella donde la encuentre en la naturaleza y que la produzca en las cosas cuando pueda lograrlo con el trabajo de sus manos. Otros de los requerimientos de la cultura los constituyen los signos de la limpieza y el orden. La suciedad de cualquier tipo resulta inconciliable con la cultura. Por su parte el orden presenta la ventaja del aprovechamiento al máximo del espacio y el tiempo. Otro requisito de la cultura lo constituye la justicia, es decir, la seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantara para favorecer a un individuo. El derecho se opone a la fuerza de cada individuo por separado, es decir, que representa al poder de la comunidad. Podríamos decir, por lo tanto, que la libertad individual no es un patrimonio de la cultura.
Como rasgos distintivos de la cultura, podemos citar las funciones psíquicas superiores, las tareas intelectuales, científicas y artísticas. Por otro lado, encontramos el papel rector atribuido a las ideas en la vida de los hombres que tienen los sistemas religiosos, las especulaciones filosóficas y las utopías político-morales.
También es fundamental el hecho de que la cultura regule las relaciones sociales, es decir, los vínculos sociales que los seres humanos entablan como vecinos, como objeto sexual de otra persona, como miembros de una familia, etc.
Se puede decir que la sublimación de los instintos permite el desarrollo de las actividades intelectuales, de vital importancia para cualquier civilización. La renuncia a la satisfacción de los instintos hace posible la cultura, aunque aquí hay mucho que decir: precisamente el objeto de una cultura sana es el equilibrio entre la represión de los instintos que imponen las necesidades colectivas y la necesidad de satisfacerlos que tiene el individuo.
El origen de la cultura:
La unidad primitiva que dio lugar a los fenómenos culturales fue la familia. El origen de esta es, la necesidad de satisfacción genital que tiene el macho y que le impulsa a retener una hembra. Al hembra permanece en la unidad familiar con el fin de proporcionar la seguridad que el macho le brinda a ella.
En la familia aun no hay elementos culturales, sino que el padre impone por complejo su voluntad. La asociación entre hermanos para derrocar a su padre, aparece en la cultura como la idea de que esta asociación de varios individuos podría conllevar a hacerles más fuertes e incluso felices.
A esto se le llama fase totémica del desarrollo humano, en ella el hombre se establece restricciones necesarias para consolidar un nuevo orden.
El fundamento de la cultura es doble: por un lado están las necesidades que impone el medio ambiente y por el otro, la necesidad del amor sexual, que según Freud, este cumple un papel fundamental en la evolución de la cultura
El amor
Una manera de que la tendencia al amor no produzca sufrimiento es desplazar el acento del objeto amado al mismo acto de amar, de forma que el rechazo del ser amado no constituya un motivo de dolor. Esta medida se complementa con la eliminación de la satisfacción genital como finalidad del amor, transformándolo así en un instinto coartado en su fin (aunque inconscientemente siga siendo sexual). Esta reordenación psíquica permite llevar a la práctica el amor universal a todos los seres humanos que prescriben ciertas éticas, pero sirve, sobre todo a un fin cultural: al eliminar el carácter exclusivo que tiene el amor sexual, hace posible los vínculos de amistad y los vínculos con la comunidad, más amplios, que no pueden tener su origen solamente en el convencimiento racional de que son beneficiosos para el individuo.
Sin embargo, la cultura impone severas restricciones al amor. Un ejemplo es la salida del individuo del ámbito familiar al social, reflejada en los ritos pubertad. La mujer es un foco de resistencia a la cultura dentro de la familia por el mismo motivo: las fuerzas que el macho necesita para cumplir las exigencias socioculturales las extrae principalmente de la vida sexual y de la mujer que, viéndose relegada, adopta frente a la cultura una actitud hostil. Este es el motivo de la cultura occidental reprima con fuerza el sexo, ya que extrae de él la energía que necesita para su desarrollo. Para evitar que el poderoso instinto sexual consuma las fuerzas que necesita para sí, la cultura educa al individuo desde su infancia, reprimiendo sus conductas sexuales instintivas y homogeneizando su sexualidad, al delimitar al amor genital heterosexual y monógamo.
Hay, no obstante, otro factor en juego: la agresividad instintiva del individuo. Al fomentar vínculos de amistad mediante el instinto sexual inhibido, se intenta contrarrestar la hostilidad natural de unos hombres contra otros. Sin embargo, dice Freud, en el nivel “consciente” de la cultura no se admite la tendencia del hombre a la crueldad, se niega su existencia (como la de los instintos sexuales infantiles) y se fabrican éticas irracionales como la cristiana, basadas en la supuesta inclinación del hombre hacia el bien, que reprimen y niegan la agresividad. Otra forma de enfrentarse a ese problema es crear un núcleo cultural restringido, permitiendo que la agresividad se descargue contra lo extraño, lo diferente, como hace el nacionalismo. A ojos de Freud, el comunismo tampoco es una solución pues presupone que la causa de la hostilidad es el modo de organización social. Freud no niega la importancia que tienen en este asunto las condiciones materiales, pero considera que son más bien factores inherentes a la cultura misma y a la constitución física del individuo los que determinan la conducta violenta del hombre y que, como ellos, no es susceptible de reforma.
El instinto de destrucción:
Sadismo es definido como la satisfacción sexual acompañada por la satisfacción por medio de la violencia, donde existen dos instintos primarios: el Eros, el amor, y el instinto de destrucción, cuya satisfacción es el placer.
Ambos nacen del narcisismo, del yo infantil y pueden dirigirse en un principio hacia los objetos pero también luego van dirigidos hacia el propio yo. Es aquí donde podemos decir que la agresión que no puede descargarse hacia fuera, lo hará hacia adentro.
La cultura por principio reprime el instinto de agresión y crea en la psique una división: el yo y el súper yo. El súper yo ejerce sobre el yo la misma violencia que el yo ejercería sobre los objetos sino hubiera sido reprimido por la cultura.
El súper yo es la conciencia moral y llamaremos a la tensión entre el súper yo y el yo, sentimiento de culpabilidad
El sentimiento de culpabilidad:
Este, proviene de la conciencia que tiene el individuo de haber realizado o la intención de realizar un acto considerablemente malo. Este acto no proviene del sujeto, pues hay actos malos que son satisfactorios, sino que deriva del miedo a la perdida del amor de los padres en el niño y de la perdida de la protección de la sociedad en el adulto.
Un acto malo surge del medio social.
Este miedo del individuo pasa a ser parte del sujeto por medio del súper yo, que reprime las satisfacciones reales de los instintos, y a la ves reprime la toma de conciencias de estos instintos. Cuanto mejor se comporta el sujeto, mas duro es el trato que recibe de su súper yo, de su conciencia moral, esto se debe a que el instinto crece con la insatisfacción.
Se produce una renuncia instintual por miedo a la autoridad externa, por miedo a la perdida de amor de los demás para con el sujeto. Esta renuncia da lugar al súper yo, o conciencia moral, que implica la identificación de una mala acción con mala intención, creando el sentimiento de culpabilidad.
Cada vez que el yo renuncia a agredir a algún objeto externo, pese a desearlo vivamente, el súper yo incorpora este deseo y lo cumple sobre el yo, al tiempo que el yo es castigado por su mala intención.
Este sentimiento de culpabilidad deriva del complejo de Edipo, debido a la ambivalencia amor-odio que sentían los hermanos para con el padre, cuando finalmente lo matan, aparece con mas fuerza el amor que sentían por el, y queda bajo la forma de remordimiento. Los hermanos instauran restricciones para evitar que se repita este suceso, se crea el súper yo, y dada la omnisciencia del súper yo, la intención es suficiente para hacer aparecer el sentimiento de culpa.
En el ámbito cultural existe una instancia parecida al súper yo, donde tratan de eliminar la agresividad del individuo, al igual que el súper yo, no tienen en cuenta los anhelos de felicidad del individuo, sino tan solo el bien de la comunidad, por lo que se reprime los instintos, como el súper yo. Un buen ejemplo de esto seria el mandamiento “amaras a tu prójimo como a ti mismo”, que es irrealizable tanto para el sujeto como para la sociedad, lo que lleva a cabo a ambos a la rebelión o la infelicidad.
EL PORQUE DE LA GUERRA
En este articulo, Freud, intenta pensar el fenómeno de la guerra como manifestaciones de violencia, vinculo de poder/violencia, como forma de relación social. Se ocupa particularmente de considerar los efectos que trae consigo la guerra para la vida psíquica de las personas.
Sigmund define a la guerra como una “transgresión mayor”, y sus aportes pueden situarse en la vida cotidiana y el trascurrir las actividades de los hombres. La cual explica, que la guerra se refiere a un fracaso con relación a los ideales de estado. La misma, aflora en los estados mas primitivos de la cultura, donde se basaba en relaciones de dominación, y el cual fue superado por el acto mismo de matar los códigos de convivencia y leyes que regulan a la sociedad (por la desigualdad producida)
La guerra como transgresión mayor trae para la humanidad dos efectos: una profunda desilusión y un cambio en nuestra actitud hacia la muerte.
La desilusión esta dada por la visión del comportamiento de las naciones que participan de la guerra, y el hecho de que individuos civilizados puedan actuar con un grado tal de brutalidad ante sus semejantes.
Lo que Freud llama como un cambio en nuestra actitud debe ser pensado como un cambio en relación con los ideales de la sociedad, con la actitud hacia la muerte, es decir, las personas se creen como héroes que no pueden creer en su propia muerte, por lo que señalan a los extraños como enemigos cuya muerte debe pasar por alto la muerte de sus pares.
La guerra es un producto humano, en el cual, en ese tiempo se rompe el pacto social construido, y al generarse la imposibilidad de encontrar solución a dicha ruptura, por lo tanto se encuentra solución en la guerra y posteriormente en el caos y la desilusión.
El hombre tiene dentro suyo (mas allá del Eros =amor) una pasión latente de odio y destrucción, que emergen en situaciones inusuales, exaltándola hasta llevar a una psicosis colectiva. Einstein sostiene que la pulsión odiar y aniquilar, es la que lleva al hombre a la guerra. Y Freud lo rectifica al decir que algunas personas quieren unir y conservar, mientas que otras quieren destruir y matar, en ves de buscar soluciones pacificas.
Para concluir: Freud deposita la esperanza en un mundo de paz con un gran desarrollo de la cultura, mediante un uso de la razón y no de la violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario